BOOKI

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viernes, 11 de diciembre de 2015

CUENTOS PERRUNOS


¿TE GUSTAN LOS PERROS?
A MI ME ENCANTAN.
Y EL QUE MÁS ME GUSTA ES MI UGLY.
¡NO TE PIERDAS ESTOS
 CUENTOS DE PERROS!
EL PERRO QUE TENÍA PODERES.
El perro que tenía poderes Había una vez un perro callejero al que nadie quería. El pobre perro vagaba de acá para allá, buscando comida y un refugio para dormir o protegerse del frío y la lluvia.

Se llamaba Cho. Eso ponía en su collar. Y no era un perro abandonado, sino un pobre animal que había huido porque sus dueño lo trataban muy mal.

Un día, mientras dormía bajo unos cartones, el perro callejero vio a una niña que salía corriendo sola hacia la carretera. Quiso salir corriendo para detenerla, pero no había tiempo. Sabía que era peligroso, pero lo intentó, y mirando fijamente a la niña, lanzó un rayo cegador que atrapó a la pequeña y la sujetó en el aire mientras el coche pasaba y frenaba 20 metros más adelante.

Nadie pudo creer lo que había pasado. De repente, todas las miradas se clavaron en el perro.

- ¡Cogedlo! -gritó alguien.
- ¡No, otra vez no! -pensó Cho, que tuvo que salir corriendo para que no le pillaran.

Cho consiguió esconderse. Pero cuando estaba a salvo, el perro escuchó a la niña llorar. Con las prisas de coger al perro, la habían dejado sola y estaba asustada.
Cho, sigilosamente, se acercó a la niña y se acurrucó junto a ella.

- No te preocupes, yo cuidaré de ti -le dijo Cho a la pequeña.
- Además de hacer magia, ¿también hablas? -dijo la niña.
- Sí, soy un perro mágico, y me llamo Cho, pero no se lo digas a nadie.
- Claro. Será nuestro secreto. - dijo la pequeña sonriendo.

Cho acompañó a la niña hasta su casa y por el camino le explicó que vivía en la calle porque sus anteriores dueños solo lo querían por sus poderes y le habían obligado a hacer cosas malas.

-El perro que tenía poderes Puedes quedarte conmigo Cho. Yo te cuidaré bien, y no te dejaré que nadie te haga daño -dijo la niña.

En ese momento los papás de la niña, que lo habían oído todo,la oyeron llegar y abrieron la puerta.

- Estamos en deuda contigo, amigo Cho -dijo el papá-. No solo has salvado a nuestra hija, sino que también has cuidado de ella.
- Puedes quedarte con nosotros. No te pasará nada -dijo la mamá-. Eres bueno, y eso vale más que toda la magia del mundo.

Y así fue como Cho encontró una nueva familia que le apreciaba y lo valoraba por lo que era, y no por lo que podía hacer con su magia. 

KARTA, UN PERRITO MUY ESPECIAL
Karta, un perrito muy especial Lila era muy feliz cuidando de su perrito Karta, que le había regalado la tía Lucía cuando cumplió seis años. Lo cierto es que estaban muy unidos y la niña dedicaba todo su tiempo libre a enseñar a Karta habilidades que eran muy raras en los perros ya que se había dado cuenta de que su compañero era muy inteligente.

Una tarde después de hacer los deberes del colegio, llevó de paseo a Karta y le presentó a las mascotas de sus amigos del barrio. Le presentó al señor gato, que se llamaba Patón, al gallo de la señora de enfrente al que le llamaban Kiriki y también al pájaro de Pedro al quien habían puesto de nombre Pío-pío.

Un día la madre de Lila, mientras pasaba la escoba por el salón, escuchó piar en la habitación de la niña.

- ¿No tendrás un pájaro Lila?- preguntó su mamá preocupada porque el padre de la niña era alérgico a las plumas de los pájaros.

- No mamá, es Karta que….- entonces el perrito hizo “pío-pío” -

- ¡Dios mío!.- exclamó la madre de la niña.- Este perro no es normal...¡está loco!.

- No mamá es que.........- pero la madre no le dejó terminar la frase a la niña, dio media vuelta y salió del cuarto de Lila llevándose las manos a la cabeza.

Otro día, el padre de Lila, estaba leyendo el periódico en su sillón preferido y oyó maullar.

- Miau, miau, miau...

- Lila ¿no tendrás un gato en la habitación? Sabes que mamá y tu hermana son alérgicas a ellos.

- No papá, es Karta

Y el perrito maulló de nuevo.

- ¡Dios mío este perrito está enfermo!-dijo el papá.-¡No puede ser! ¡Un perro que maulla! ¡No puede ser!

- No papá, es que es...- Pero su padre tampoco le dejó terminar la frase a la pequeña y salió de la habitación murmurando:

– Esto no puede ser cierto. Un perro no puede decir miau. Los perros dicen guau.

A pesar de que Lila se sentía un poco desilusionada porque sus padres jamás terminaban de escuchar la explicación por la cual Karta sonaba igual que esos animales, continuó entrenando a su cachorro en esta habilidad tan especial que había adquirido.

Una mañana muy temprano los padres de Lila se despertaron asustados al oír a un gallo cantar. Corrieron a la habitación de la niña. Sobre el armario estaba Karta dando los buenos días con su kikirikí.

- Esto no puede continuar así, tendremos que llevarlo al veterinario, este perro está loco - decidió tajante el padre de Lila -

Y así fue como padres, niña y perro fueron a visitar al veterinario.

Al verlos con cara de preocupación, el doctor preguntó:

-¿Qué está pasando aquí?

Los padres contaron al veterinario el extraño comportamiento de Karta en los últimos días. Éste se dirigió al perro y le preguntó:

- Dicen que puedes hacer miau.

Y el perrito hizo miau.

- Y piar, ¿sabes piar?

Y el perro pió.

El veterinario estaba desconcertado. No podía creer lo que escuchaba así que llamó a la niña.

-Lila, ¿por qué crees que tu perro es tan raro? ¿Qué le puede pasar?

-Karta, un perrito muy especial Nada -dijo la niña - No le pasa nada.

- ¿Nada? -Preguntaron padres y veterinario en coro.

- ¡Nada! Karta no es raro, es un perro muy listo porque sabe muchos idiomas que yo le he enseñado: idioma gatuno, el idioma de los pájaros y también el de las ovejas. Porque también sabe decir....

En ese mismo instante Karta se expresó con un fuerte “beeeeee, beeeeee- beeeeee”

Todos rieron al escuchar al perrito comportándose como una verdadera oveja.

- Pues sí que es inteligente tu perrito, Lila.- dijo el veterinario.

- Guau, guau, guau, guau,- contestó Karta.

- Eso es lo que siempre digo yo, que mi perrito es el más especial de todos los perros del barrio.

El veterinario les sacó una foto a todos, incluida Karta, ya que quería tener un recuerdo de aquel día ya que jamás había conocido un perro como él.

Los padres de Lila comprendieron lo importante que era dedicar el tiempo necesario para escuchar lo que su pequeña tenía que decir antes de sacar conclusiones precipitadas. 
 ALONSO Y EL HOMBRECILLO MISTERIOSO
Alonso y el hombrecillo misterioso Alonso y su papá salieron a pasear por el campo junto con su perrito Bill. A los tres les gustaba mucho salir a jugar y a disfrutar de la naturaleza y el aire libre. El lugar donde iban no estaba muy lejos de su casa y siempre había mucha gente por allí.

Pero este día fue diferente. Cuando llegaron al lugar habitual se encontraron con unas máquinas enormes. Iban a construir un merendero y un parque, por lo que no se podría ir allí durante una temporada.

El papá de Alonso conocía al conductor de la máquina más grande y se acercó a verle. Aquella máquina era enorme como un castillo y pesada como una montaña. El niño se quedó junto al perro, observando aquello.
-Papá, ¿puedo ir a ver las otras máquinas?- preguntó el niño.
-Sí, Alonso. Pero ten mucho cuidado y no te alejes.

Las máquinas estaban paradas, así que no había ningún peligro. Al menos eso es lo que parecía.
Alonso y Bill vieron máquinas grandes y pequeñas. También había máquinas nuevas, que estaban bastante limpias, y máquinas más viejas, que estaban muy sucias, llenas de barro de tanto trabajar. Algunas eran amarillas, otras eran verdes, incluso había una de color naranja con rayas azules.

Alonso estaba tan impresionado viendo aquellas máquinas que no se había dado cuenta de que había perdido de vista a su padre. Lo llamó muchas veces, pero allí no respondía nadie. Todo estaba lleno de máquinas, pero no había ningún trabajador por allí. Era la hora del almuerzo, y todos se habían ido a comer algo.

-Nos hemos perdido, Bill -dijo Alonso con muchas tristeza -.¿Qué vamos a hacer ahora?
-Guau, guau -ladró Bill, dirigiendo su hocico hacia una caseta cercana.
-¡Buena idea, amigo! ¡Vamos! Tal vez haya alguien allí.

Cuando llegaron vieron que la caseta estaba completamente abandonada. No tenía cristales en las ventanas, y las maderas estaban podridas y desencajadas.
-Será mejor que no entremos ahí, Bill -dijo Alonso -. Parece peligroso.
De repente salió un hombrecillo que había permanecido escondido detrás de la caseta. Tenía un aspecto misterioso, incluso daba un poco de miedo. Tenía los ojos pequeños, los brazos y las piernas muy delgadas y el pelo de color azul pálido. La piel parecía de color gris y tenía un larga barba que le llegaba hasta el ombligo.
-¡Vaya! ¿Os habéis perdido, pequeños? -dijo aquel hombre.
-Sí, no sabemos dónde estamos y no nos acordamos muy bien por dónde hemos venido -respondió Alonso
-Grrrrrrrr -gruñó el perro, con cara de pocos amigos. Aquel hombrecillo le daba muy mala espina.
-Tranquilo, Bill - dijo el niño -. Este señor nos acompañará a casa. ¿Verdad, señor?
-Claro, claro. Yo os acompañaré. Venid conmigo. Es por aquí.

Alonso y Bill se fueron con aquel hombre tan raro. Al cabo de un rato Alonso se dio cuenta de que llevaban mucho tiempo andando, mucho más que el que habían tardado en perderse. Pero no quería ser grosero, y siguió adelante. Bill no le perdía ojo. Aquel hombrecillo con cara de bicho raro no le caía bien.

El pobre Alonso no podía más y se sentó. El hombrecillo le gritó que se levantara, que se iba a hacer tarde y había que hacer la cena.
¿La cena? ¿Qué tenían que ver Alonso y Bill con la cena de aquel hombre? De repente Alonso se dio cuenta de que el hombrecillo se estaba relamiendo mientras los miraba con cara de hambre.
-¡Ya voy! -dijo, mientras pensaba en el modo de huir.

Llamó a Bill y le hizo señas para que mordiera a aquel hombre mientras él le distraía. Era un juego que practicaban a menudo con un muñeco grande de trapo que le hizo su madre. El abuelo, que era policía, se lo había enseñado por si acaso algún día necesitaba defenderse.

A su señal, Bill se lanzó a las piernas flacuchas de aquel hombre, que gritó como un demonio. Alonso aprovechó para empujarlo al suelo y atarlo con unas ramas a un árbol.
-¡Déjame, déjame! -gritó el hombrecillo -. Si me liberas te prometo que te llevaré a casa.
-No me fío de ti, eres un bicho raro -dijo el niño -. Te quedarás ahí hasta que venga mi abuelo el policía y te detenga. No volverás a coger a ningún niño perdido nunca más.

Alonso y el hombrecillo misteriosoAlonso y Bill se dieron la vuelta. Caminaron un rato hasta que, por fin, escucharon a alguien gritar sus nombres.
-¡Nos han encontrado!- dijo Alonso.

Alonso le contó a su papá lo que había pasado. El abuelo, que había acudido a buscarlo en cuanto le avisaron, fue a capturar al hombrecillo y lo metió en una cárcel especial para siempre.

Ell niño pidió perdón a su papá y a todo el mundo que había salido a buscarle.
-Espero que hayas aprendido la lección, Alonso -le dijo su padre -. Si te vuelves a perder, no te muevas. Si no contesta nadie a tu llamada, espera en ese mismo sitio hasta oír a alguien. Y, por supuesto, no te vayas nunca con extraños, aunque parezcan buena gente.
-Y si es un policía o un bombero, ¿qué hago, papá? -preguntó el niño.
-En ese caso sí, Alonso. Ya ves que los policías como tu abuelo son buena gente. Y mirá qué cantidad de bomberos han venido a buscarte.
-Gracias papá, gracias a todos.
Todos se fueron a sus casas contentos por haber encontrado a Alonso sano y salvo. Alonso aprendió la lección. Y su papá también, que no volvió a perderlo de vista nunca más. 
EL PERRITO QUE NO PODÍA CAMINAR

El perrito que no podía caminar Bo era un perrito muy alegre y juguetón que no podía caminar desde que nació porque tenía una parálisis en las patas traseras. Amina, una niña que lo vio al nacer, convenció a sus papás para llevarlo a casa y cuidarlo para evitar que lo sacrificasen.

Bo y su pequeña dueña Amina jugaban mucho juntos. El perrito se esforzaba por moverse usando solo sus patas delanteras y puesto que no podía saltar y apenas moverse, ladraba para expresar todo lo que necesitaba. A pesar de las dificultades, Bo era un perro feliz que llenaba de alegría y optimismo la casa en la que vivía.

Un día los papás de Amina llegaron a casa con Adela,una niña de la edad de Amina que iba vivir con ellos una temporada. Cuando Bo la vio se arrastró enseguida a saludarle y a darle la bienvenida con su alegría de siempre. Pero Adela lo miró con desprecio y se echó a llorar.

Bo no se rindió e intentó hacer todas las tonterías que sabía para hacerla reír, pero no nada funcionaba y Adela no dejaba de llorar.
- No te preocupes, Bo- decían los papás de Amina-. Adela está triste porque viene de un país muy pobre que está en guerra y ha sufrido mucho. Está triste porque ha tenido que separarse de su familia.

Bo pareció entender lo que le decían, porque se acercó a Adela y se quedó con ella sin ladrar ni hacer nada, sólo haciéndole compañía.

La tristeza de Adela fue poco a poco inundando la casa. Todos estaban muy preocupados por ella, porque no eran capaces de hacerla sonreír ni un poquito.

Pasaron los días y Bo no se separaba de Adela, y eso que la niña lo intentaba apartar y huía a esconderse cuando lo veía e incluso protestaba cuando Bo intentaba jugar con ella.

Pero el perrito no se daba por vencido. Cuando Amina estaba, Bo jugaba con ella mientras Adela miraba y, aunque no sonreía, dejaba de llorar cuando Bo jugueteaba y hacía sus gracias.

Un día que Amina no estaba a Bo le entraron muchas ganas de jugar y se le ocurrió intentar que fuera Adela quien jugara con él. Como la niña no le hacía caso, Bo no paraba de moverse y, de pronto, se chocó contra una mesa tan fuerte que se le cayó encima un vaso de leche. El vaso no se rompió porque era de plástico, pero empapó al pobre Bo de leche y lo dejó paralizado del susto.

El perrito que no podía caminarAdela, cuando lo vio, le quedó mirando al perrito sin decir nada. De repente, se echó a reír, viendo lo gracioso que estaba el perrito lleno de leche con su cara de susto.

Cuando Bo vio que Adela se reía, empezó a lamerse la leche y a hacer más tonterías mientras la niña, sin parar de reír, intentaba limpiarlo con el mantel. Cuando Amina y sus vio lo que se reía Adela se alegró muchísimo, y corrió a decírselo a sus papás. Por fin todos volvían a estar alegres.

A pesar de no ser un perrito como los demás, Bo fue el único capaz de lograr que la alegría y el optimismo volvieran a aquella casa. 
EL NIÑO QUE QUERÍA ENSEÑAR A LEER A SU PERRITA

El niño que quería enseñar a leer a su perrita Había una vez un niño, de nombre Naim, que quería llevar a su perra Luda a la escuela para que aprendiera a leer. La maestra le dijo que al colegio no podían ir animales y le dijo que si quería que la perrita aprendiera a leer tendría que enseñarle él mismo.

Naím decidió que así lo haría y, cuando llegaba del colegio, se sentaba con Luda y le enseñaba a leer. Pero la perrita no tenía ganas de sentarse a ver libros. Lo que le apetecía era salir a correr al parque detrás de la pelota o ir al campo a enterrar huesos y coger palos.

Naím estaba cada día más triste porque Luda no quería leer con él y le estropeaba los libros cuando se los enseñaba. Y Luda cada día se mostraba más nerviosa porque apenas salía a correr.

Un día la maestra le preguntó a Naím por qué estaba tan triste y de tan mal humor. Naím le contestó:
- Luda no quiere aprender a leer, sólo quiere salir a la calle a jugar.
- Pero Naím, eso es normal -dijo la maestra -. A los perros les gusta correr y jugar. La lectura es para las personas.
- Pero señorita Lucía -dijo uno de los niños dirigiéndose a la maestra -, a mí también me gusta jugar y correr, y no soy un perro.

Toda la clase estalló en una carcajada. Incluso Naím se echó a reír.
- Tienes razón, Alfonso -dijo la maestra cuando todos se calmaron-. A lo mejor si Naím saliera a jugar y a correr con Luda la perrita tendría más interés por aprender a leer.

Naím aceptó la propuesta de su maestra, y empezó a sacar a Luda a jugar todos los días. La perrita estaba encantada. Le gustaba mucho salir al parque por las tardes e ir al campo los fines de semana.

Naím estaba cada día más contento, aunque no se sentía del todo satisfecho porque Luda seguía sin interesarse por la lectura.

Una tarde en el parque a Naím se le ocurrió por casualidad que podría intentar enseñar a Luda a leer mientras jugaban a lanzar y recoger la pelota. El niño cogió dos pelotas, una roja y otra blanca. Primero lanzaba la roja y le decía: "Luda, trae la pelota roja". Luego le lanzaba la blanca y le decía: "Luda, trae la pelota blanca". Después le lanzaba las dos y le pedía que recogiera solo una de ellas, y así hasta que Luda aprendió a diferenciar los dos colores.

El niño que quería enseñar a leer a su perritaCuando Luda aprendió esto, Naím escribió en la pelota roja la letra A y en la blanca la letra E. Le enseñó varias veces las pelotas, asociando el color con cada letra. Y empezó de nuevo. Le lanzaba la pelota roja y le decía: "Luda, trae la letra A". Y luego le lanzaba la blanca: "Luda, trae la letra E".

Durante muchos días, Naím jugó con Luda a este juego, utilizando pelotas de diferentes colores y tamaños y ambos lo pasaron muy bien.

Naím no consiguió que Luda aprendiera a leer como las personas, pero aprendió a aceptar que sus deseos e intereses no son más importantes que los de los demás, y que preocupándose por lo que quieren los otros se pueden encontrar soluciones divertidas para todos.

BARRY, EL PERRO RESCATADOR
Barry, el perro rescatador Hace muchos años, había un perro que vivía con unos monjes en un monasterio montañés de los Alpes suizos al que llamaron Barry. Los monjes de aquel monasterio, levantado en honor a San Bernardo, se dedicaban a dar cobijo a las personas que transitaban por las montañas, y también a auxiliar a los heridos. A medida que Barry crecía iba ayudando en lo que podía en estas labores.

Un día se produjo una gran avalancha de nieve, bajo la que quedaron sepultadas muchos montañeros. Barry, que se había convertido en un perro muy grande, lo vio desde lo alto del monasterio, y salió corriendo para auxiliar a los heridos.

Barry corrió y corrió, hasta que llegó al lugar del accidente. Con sus enormes patas, escarbó en la nieve y fue sacando uno por uno a todo los que estaban allí. Los monjes, que llegaron poco después, ayudaron a las personas rescatadas.

Barry estaba agotado y tuvo que sentarse a descansar.

- ¡Mi hijo, mi hijo! -gritaba un mujer-. ¿Dónde está mi hijo?

Barry, el perro rescatadorComo si lo hubiera entendido todo, Barry se levantó y volvió a remover la nieve. Pero pasaban los minutos, y el niño no aparecía. Aún así Barry seguía buscando, incansable. Al final, Barry localizó al pequeño y, agarrándole por el abrigo con su gran boca, tiró de él.

Parecía que el niño estaba dormido.

- ¡Oh, no! -sollozaba la mujer-. Es demasiado tarde.

Pero Barry no estaba dispuesto a darse por vencido. Con su enorme cuerpo peludo, el enorme perro rodeó al niño hasta que el niño entró en calor y despertó.

Barry regresó con los monjes y los heridos al monasterio, donde fueron atendidos hasta que se recuperaron y pudieron volver a sus casas sanos y salvos. 
LOS PERROS GUARDIONES
  El Lugar más seguro del mundo no estaba vigilado por policías, ni por soldados o agentes secretos, sino por Guardión, el perro guardián más astuto, ágil y fiero de la historia.

Guardión era capaz de detectar a dos kilómetros de distancia el olor de la avaricia y el delito, y siempre llegaba a tiempo para asustar y dispersar a los ladrones, aunque fueran muchos.

Con ese panorama, los vigilantes que acompañaban a Guardión no tenían nada que hacer, y se dedicaban a jugar a las cartas y jugar con sus móviles hasta que llegaba el turno de poner las esposas a los delincuentes.

Pero un día, inexplicablemente, Guardión desapareció. Nadie sabía qué le había pasado, dónde podría haber ido o quién podría habérselo llevado.

Durante días, decenas de maleantes consiguieron entrar en el Lugar más seguro del mundo sin que nadie lograra detenerlos.

Los vigilantes tuvieron que ponerse las pilas. Con lo poco que habían trabajado en los últimos años, ni siquiera recordaban lo que tenía que hacer.

Llamaron a la policía, al ejército y a todos los cuerpos de élite del mundo para que les ayudaran a encontrar la manera de frenar aquella ola de robos, pero todo fue inútil. Todas las noches había uno o dos robos sin que pudieran hacer nada por evitarlo.

La noticia de que el Lugar más seguro del mundo había dejado de serlo se extendió por todos los países, y miles de ladrones hacían cola para entrar a robar.

Un día, los ladrones se reunieron para hablar. Estaban impacientes, así que decidieron organizarse para invadir y tomar el Lugar más seguro del mundo.

Pero el día previsto para la invasión, sucedió algo inesperado. Guardión se presentó en la puerta del Lugar más seguro del mundo, junto a varios cachorros, todos dispuestos a defender aquel lugar.

Cuando los ladrones se encontraron con Guardión y su pequeño equipo de "guardionitos" salieron huyendo, despavoridos y los agentes de la ley que estaban por allí aprovecharon la confusión para capturarlos a todos.

Los perros guardionesDesde entonces, el equipo de vigilancia trabaja duro, junto a Guardión y a sus cachorros. Poco tardaron en comprender que Guardión se había ido en busca de ayuda porque aquel trabajo era muy duro para un solo perro. Pero Guardión era único, así que decidió tener hijos y entrenarlos.

Y así fue como nació una nueva raza de perros, los "Perros Guardiones". Si algún día decides contratar a alguno para que te ayude, ten en cuenta que nos les gusta nada trabajar con vagos, así que tendrás que ponerte las pilas antes de que sea tarde. 

EL PERRITO QUE DECÍA MIUAU

El perrito que decía miau Había una vez un perrito que no sabía ladrar. En vez de decir “guau, guau”, como todos los perritos, el animalito decía “miau”, como los gatitos.

El pobre perrito vivía solo en la calle. Los demás perritos no querían saber nada de él porque era diferente. Y las personas tampoco lo querían. ¿Para qué sirve un perro que maúlla?, pensaban todos.

Un día, el perrito que decía miau se encontró con un niño pequeño que se había perdido. El pobre niño lloraba mucho, porque no sabía dónde estaba. El perrito se acercó y le lamió una manita.

Al niño le hizo mucha gracia y le devolvió la caricia rascándole detrás de una oreja. El perrito, muy contento, se puso a ronronear, como hacen los gatitos. Al niño le pareció muy gracioso y siguió con sus caricias.

Después de un rato, aparecieron por allí unas ratas enormes. El perrito las miró con cara de pocos amigos. Pero las ratas siguieron acercándose.

El perrito quería irse corriendo, pero no podía dejar a su amiguito allí solito. Las ratas le harían daño. Así que se armó de valor, se concentró, y dijo:

-¡Guau! ¡Guau!

-Jajajaja! -se rieron las ratas.

El perrito no podía entenderlo. Había ladrado, lo había conseguido, pero las ratas no se asustaron.

El perrito decidió intentarlo otra vez. Se concentró y dijo:

-¡Guau! ¡Guau!i

El perrito que decía miauPero las ratas volvieron a reírse.

Muy enfadado, el perrito se puso delante de ellas y, con toda la fuerza que pudo, dijo:

-¡Miauuuuuuuuuu!

Las ratas, asustadas, corrieron sin mirar atrás.

En ese momento llegaron los papás del niño. Al ver lo que el perrito había hecho decidieron llevárselo a casa.

Y así fue como el perrito consiguió un hogar y nuevos amigos que lo valoraban por lo que era. Además, el perrito descubrió que siendo uno mismo se pueden alcanzar grandes metas. 

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